LA TINTA DEL CALAMAR
“Mis versos son la tinta de un calamar que huye”. Terminé con este verso un poema (inédito), “Transformación”, sin darme cuenta entonces de que posiblemente encierre la verdad fundamental de mi vida como persona y como poeta. Quise con ese verso, como en otras ocasiones, sugerir algo provocador, no del todo definido, cuya razón o significado rebasa el poema. Para sorpresa mía, logré más de lo que esperaba.
He desarrollado el instinto, imagino como el del ciego, de intuir sin ver. Ya había experimentado que un verso o un poema puede contener la clave de algo importante que no capté al momento de escribirlo y que un buen día su significado se abre de repente ante mí como un abismo de donde brota un fogonazo. (Disculpen la hipérbole.) En esos instantes soy el sorprendido lector de tales versos y me asusta la idea de no haber tenido control de ellos al escribirlos, de que brotaron del misterio. Rubén Darío llamaba “pararrayos celestes” a los poetas. Se refería a lo que me refiero: a la ausencia de control, pero me suena falsa su fácil alusión al cielo. No obstante, estoy convencido de que la ciega intuición que mencioné le ocurre necesariamente a todos los poetas y es lo que permite que el lector extraño llene el poema con sus propios sentimientos y sus propias experiencias. El poema, entonces, es un recurso mnemotécnico y no hace otra cosa que despertar los recuerdos de ese lector y estimular sus sentimientos. Con sus recuerdos y sentimientos ese lector construye, partiendo del poema que va leyendo, “su propio poema” y “siente” que el poema dice “la verdad”. Y es cierto: dice la verdad del lector y también la verdad del poeta, distintas en los pormenores pero la misma en lo fundamental: tiene que serlo para que se dé la comunicación. No deja de ser misterioso y paradójico que el poeta pueda no estar consciente de todo el ámbito de su verdad, aunque sí esté completamente “inconsciente” de él. Es ahí, quizás, donde más nos parecemos los unos a los otros: en el inmenso mar de la inconsciencia, quién sabe si colectiva, señor Jung. Por eso, probablemente, llamó Baudelaire a su lector: “mon semblable, mon frère”.
Hace tiempo que descubrí en el oficio del pescador la metáfora perfecta para el oficio del poeta. El pescador, en su bote o en la orilla, tira al mar su hilo con un anzuelo cebado y se dispone a esperar, que no es otra cosa que aguardar con esperanza. Parece que no hace nada, pero está pescando y lo sabe. No ve, pero conoce lo que hace. No ve, pero siente la picada en el cordel. No ve, pero sabe cuándo se engancha el pez en el anzuelo. No ve, pero tiene una buena idea del tamaño y la clase de pez que en el otro extremo del hilo lucha por no dejarse pescar, por mantenerse a salvo, oculto en las profundidades. Todos estos saberes esenciales mejoran con la experiencia del pescador. Asimismo el hilo del poeta es la intuición, el inmenso mar donde pesca es la inconsciencia, y los peces que saca de ese mar son sentimientos comunes a la especie humana, y quién sabe si comunes también a la de otras especies. Sin embargo, el preciso lugar de donde provino la idea y sentimiento de un verso queda oculto en el fondo de la inconsciencia.
Transcribo íntegro el poema para mejor ilustrar lo dicho y lo que diré:
TRANSFORMACIÓN
Seré mi nombre, seré mis poemas.
Ya dicen: “como dice Hjalmar Flax”
y citan mal un verso mío.
Pero a mí,
que no soy ni mi nombre ni mis versos,
a mí, de carne y hueso,
a este animal envejeciente
que se levanta y hace sus necesidades,
se cepilla los dientes y va al médico,
que toma medicinas y hace compras,
que camina y evita tropezar,
que almuerza en fondas,
que vive solo...
a mí no me conocen.
Mi nombre puede ser de otro,
y mis versos...
mis versos son la tinta de un calamar que huye.
Cuando lo escribí, ese último verso alejandrino me pareció fuera de lugar, un
non sequitur, un remate mal hecho. (Así “me salió”, sin pensarlo, sin esfuerzo.
No es la primera vez que esto me ocurre y nunca deja de asombrarme.) Sin
embargo, me pareció interesante, sugestivo y exótico, no sólo por la imagen del
calamar sino por su métrica ajena al resto del poema.
Cuando lo escribí no estaba consciente yo de todo el significado de este verso; no comprendí entonces sus desconcertantes revelaciones. Darme cuenta fue caer al vacío sin “el paracaídas” de la poesía. “Para-caídas” le llamaba mi amigo Arturo Trías a la poesía, que en mi poema pierde su función de amortiguar caídas y toma otro significado siniestro e inesperado: el de la tinta que oculta, no la que aclara.
Hoy, un año después de haberlo escrito, veo claramente lo que dice el verso. El primer hemistiquio es obvio, refiere directa y casi pedestremente a la poesía: “versos son tinta”. El segundo hemistiquio lo cambia todo: es la tinta “de un calamar que huye”. Es redundante porque un calamar sólo lanza tinta al huir, pero subraya lo más importante del verso y del poema: la huida. Tanto el verso como el poema terminan con la palabra “huye”. Queda claro lo que el verso dice: el poeta escribe para confundir al lector, no para iluminarlo; para ocultarse, no para revelarse; para huir del lector, no para entregarse. Lo mismo que el calamar que lanza su tinta para confundir a su depredador y escapar. El poeta deja atrás el poema para divertir y confundir al lector igual que el calamar deja una mancha de tinta para desviar y confundir a su depredador. Divertir también es desviar, apartar, alejar. (También la díada “lector - depredador” merece atención.)
“Transformación” comienza anticipando la muerte del poeta con un verso esperanzador: “Seré mi nombre, seré mis poemas”, para enseguida decapitar esa esperanza cuando dice que nadie comprende sus versos (lo “citan mal”), ni tampoco conoce al hombre “de carne y hueso” que es el poeta. Me pareció, al escribirlos, que estos versos repetían la postura irónica y trágica que abunda en otros poemas míos. Hoy me doy cuenta de que anticipan el verso final, y no sólo lo anticipan sino que son consecuencia directa de lo que ese verso expresa: dice, metafóricamente, que la poesía es subterfugio del poeta para confundir al lector, para huir de él, para no mostrarse ni exponerse, para no decir la verdad. Y el poeta que menciona el poema, con nombre y apellido, soy yo. Por lo tanto: escribo para ocultarme tras la tinta del poema y poder huir.
¿Huir de quién? ¿De mis lectores, mes semblables, mes frères? ¿De mí mismo? Si eso es así, me falta todo por descubrir.
Hjalmar Flax
Miramar
enero 2008
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