Entrevista por Edgardo Rodríguez Juliá*
(para la Revista La Torre, Universidad de Puerto Rico)

 
ERJ: ¿Entiendes tu poesía como anti-poesía? ¿Subscribirías una estética como la de Nicanor Parra?
HF: Entiendo “antipoesía” como el uso de palabras, tonos y temas que la tradición no considera poéticos. El término se vincula a Nicanor Parra, pero es una manera de poetizar que siempre ha existido. Es poesía que a menudo se relaciona con la realidad inmediata y cotidiana, carece de imágenes poéticas y usualmente está alejada de lo ideal y la fantasía. Desde esa perspectiva, muchos de los poemas que he publicado son “antipoesía”. A pesar de su nombre, la “antipoesía” es poesía y está escrita en verso. Un verso es un conjunto de palabras sujetas a medida y cadencia; no es un trozo de prosa colocado como peldaño de una escalera encima de otros trozos de prosa. Esa “escalerita” no es poesía.

ERJ:
¿Debe la poesía cantar? ¿Debe conservar su elevación lírica?
HF: La poesía que mejor canta es la que mejor se ha decantado. La poesía canta cuando está hecha con palabras cuyos sonidos complementan su sentido y están dispuestas en versos cuyos ritmos se ajustan al tono del poema. Así entendida, la poesía debe cantar siempre. El canto puede ser dulce o amargo, alegre o triste, suave o áspero, grandilocuente o sencillo, pero siempre será canto si de poesía se trata.
        Impulsivamente rechazo que la poesía debe conservar su “elevación lírica”. De esa frase me repele lo celestial y lo cursi. Enfatizo la postergada definición de “lirica”: “Género literario al cual pertenecen las obras, normalmente en verso, que expresan sentimientos del autor y se proponen suscitar en el oyente o lector sentimientos análogos”, e insisto en que se trata de toda la gama de sentimientos. Visto así, toda la poesía es lírica. Me parece más provechoso sustituir “elevación lírica” por “excelencia poética” y considerar si la poesía debe o no debe conservar su excelencia. La contestación es que desde luego.

ERJ:
En tu poesía convive la narración, la anécdota, el contar algo, con la expresión del sentimiento. ¿Entiendes que la anécdota que originó la expresión debe ser suprimida?
HF: La poesía es lenguaje resumido, destilado, si quieres, por eso la anécdota que da lugar al poema siempre queda suprimida. El poema no es autobiografía. La anécdota sólo incumbe al poeta, es su materia prima. Lo que no se puede suprimir es el detalle que evoca y demuestra el sentimiento que surge de la anécdota. El poeta debe saber escoger el detalle.

ERJ:
¿Por qué cultivas el soneto? ¿Tienes alguna otra predilección por las formas clásicas?
HF: Escribo sonetos porque puedo hacerlo y, créeme, no hago alarde. En cincuenta años sólo he logrado cuarenta. Me da mucho placer lograr un soneto. Le debemos al Renacimiento esta forma, donde el endecasílabo alcanza su mayor despliegue. Es una de las formas poéticas más bellas y perfectas, quizás la más bella y perfecta. La forma soneto no se puede mejorar, por eso es perfecta. Toda alteración produce un resultado inferior. Para comprobarlo no hay más que leer algunos de los 100 sonetos de amor de Pablo Neruda.
        No tengo predilección por ninguna otra forma poética clásica. Más que de las formas poéticas clásicas, me valgo de formas versales tradicionales. Cuando no uso versificación tradicional necesito inventarme el verso que nunca debe dejar de ser una unidad rítmica aunque no se ajuste a la métrica tradicional.

ERJ:
Tu poesía admite el detalle que parecería trivial, la cotidianeidad, ¿conforma esa atención a lo concreto tu estética?
HF: La poesía está en los detalles y si en un poema parecen triviales no han sido bien escogidos. El oficio ayuda al poeta a escoger el detalle importante. En poesía, como en toda manifestación del arte, el detalle es lo esencial.
        Mi poesía surge de mi cotidianeidad, que es la realidad donde habito y no puedo ni quiero obviar. De ahí, necesariamente, tiene que salir eso que llamas “mi estética” que no defino ni me compete hacerlo.

ERJ:
¿Por qué te decidiste a hacer una recopilación de todos tus textos que se publica con el lindo e irónico título de Obra breve ?
HF: Decidí recopilar mis libros en un volumen cuando el Instituto de Cultura Puertorriqueña me lo pidió en el 2003, pero no pudimos llegar a un acuerdo porque no estaban dispuestos a cambiar su modus operandi y comprometerse a fecha cierta de publicación. Preparé un archivo en la computadora de todos mis libros. A ese archivo digital le puse el título “ObraBreve”, una sola palabra con mayúscula en la “B”de breve, y con el tiempo el título me fue gustando más y más. Cuando en el 2008 la Editorial de la UPR me ofreció publicar en un tomo todos mis libros publicados, acordamos fecha cierta de publicación y firmamos un contrato para publicar ObraBreve 1969-poemarios-2007, que es el titulo completo. Me siento muy honrado por su publicación y muy agradecido por la excelente edición.
        El título resulta irónico por la aparente contradicción de llamarle “breve” a un libro de 600 páginas. Pero si consideras que es labor de más de medio siglo no hay contradicción. El título también resulta polisémico y comparte esa cualidad con títulos de casi todos los poemarios que lo componen.

ERJ: ¿Quiénes son tus poetas favoritos?
HF: Sin pensarlo mucho: Antonio Machado, Miguel Hernández, ee.cummings, Dylan Thomas, Luis Palés Matos, W.H. Auden, Jaime Gil de Biedma, Garcilaso de la Vega, Quevedo, César Vallejo, Fernando Pessoa, Stephen Edgar, Mark Strand, Robert Frost, Rubén Darío, Pablo Neruda... hay otros. Basta un poema para convertir a su autor en poeta preferido de un lector.

ERJ:
¿Quisieras que los lectores, algún día, recitaran tus versos de memoria, sobre todo los sonetos, ¿no?
HF: Sería un gran honor. No tengo predilección por que reciten los sonetos.

ERJ:
Tu poesía, con los años, ha ido adquiriendo un lirismo de tono menor que muchas veces resulta conmovedor: ¿Piensas que ésta es una buena descripción de tu evolución como poeta?
ERJ: Descríbeme el tono menor y esos finales algo irónicos, a veces sorpresivos, de tu poesía.
HF: Respondo a estas últimas dos preguntas en una sola contestación. Me llama la atención que en mi poesía veas un desarrollo de menos a más conmovedora. Hay poemas de mi primer libro que aún me conmueven tanto como poemas de mis libros más recientes. Pero es cierto que cuando los escribí no había vivido, ni gozado, ni sufrido tanto como cuando hice los más recientes. Me halaga tu señalamiento. Me dice que crees que mi oficio ha mejorado con los años. ¿Seré uno de tus poetas preferidos?
        La casi totalidad de mis poemas tiene un tono menor. Desgraciadamente los lectores puertorriqueños valoran el tono mayor y desprecian el tono menor, quizás porque piensan que el ámbito de la poesía no debe ser lo real sino lo ideal, que la poesía debe estimular la fantasía, no la reflexión. Me parece que no ven, o no quieren ver, que sus vidas, como las de todo el mundo, son ordinarias y transcurren en tono menor. Para mí, la poesía reside en la cotidianeidad, en lo común y corriente.
        El tono mayor es el de Darío, Santos Chocano, Neruda, Dylan Thomas y el de otros poetas igualmente excelentes. Pero también es el tono preferido por los versificadores, que son legión, y escriben ripios rimbombantes y floridos. Son los preferidos por los declamadores. Surjen de la estética de “La puerca de Juan Bobo”, de la actitud de que “más es mejor”.
        El tono menor es el tono de Antonio Machado, Jaime Gil de Biedma, del Miguel Hernández más tardío, del poema A mis soledades voy de Lope de Vega. Surge del convencimiento estético de que “menos es más”, de que “se logra más con menos”. Este tono es más común en la poesía escrita por anglohablantes que en la poesía del mundo hispano. Es el único tono que permite la ironía, el humor fino y el sentimiento contenido.
        Prefiero el tono menor. Es el tono de lo cotidiano, de los pequeños triunfos y fracasos, de las alegrías y frustraciones que experimentamos a lo largo de nuestros días. Es el tono de la duda. Es el tono del sentimiento pasado por la realidad. Es el tono de la persona que no ha renunciado al juicio crítico. Es el tono de la cordura.

Hjalmar Flax
Miramar, San Juan
23 de abril de 2010

 

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* Edgardo Rodríguez Juliá nació el 9 de octubre de 1946 en Río Piedras, Puerto Rico. Es Catedrático Jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado seis novelas y catorce libros de crónicas y ensayos. Esta obra ha sido suficiente para situarlo entre los más sobresalientes escritores puertorriqueños.
 En 1974 publica su primera novela, La renuncia del héroe Baltasar. Su segunda novela, La noche oscura del Niño Avilés, apareció en 1984 y fue publicada en francés, por Ediciones Belfond de París, en 1991. Ha publicado los siguientes libros de crónicas y ensayos: Las tribulaciones de Jonás, 1981; El entierro de Cortijo, 1983; Una noche con Iris Chacón, 1986; Campeche, o los diablejos de la melancolía, 1986; Puertorriqueños, 1988; El cruce de la Bahía de Guánica, 1987.
 En 1986 recibió una Beca Guggenhein de Literatura. En 1992 fue primer finalista del Premio Planeta-Joaquín Mortiz con su novela Cartagena. En 1993 fue primer finalista del Concurso Internacional de Novela “Francisco Herrera Luque” con El camino de Yyaloide, editada por Grijalbo en 1994. En 1995 ganó dicho concurso con la novela Sol de Medianoche, novela también galardonada con el Premio Bolívar Pagán del Instituto de Literatura de Puerto Rico en el 2001.
 Sus obras más recientes son Elogio de la fonda, 2000, Caribeños, 2002 y Mapa de una pasión literaria (2003). El entierro de Cortijo ha sido recién traducido por Duke University Press con el título de Cortijo’s Wake  y al francés por Éditions L’Harmattan. El año próximo Wisconsin University Press publicará en traducción de Andrew Hurley La noche oscura del Niño Avilés   y una guía literaria de San Juan, publicada en 2005 y titulada, San Juan, ciudad soñada. Su novela, Mujer con sombrero panamá de 2004, fue editada en España por Mondadori y premiada por el Instituto de Literatura Puertorriqueña como la mejor novela del año.
 Desde 1999 Edgardo Rodríguez Juliá es miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua. En el 2006 fue nombrado Profesor Distinguido en el Conservatorio de Música de Puerto Rico.
 Desde 2007 es Escritor Residente de la Universidad del Turabo. También ha dictado cátedra, como Profesor Visitante, en la Florida  International University. En esta universidad ha tenido a su cargo cursos de Composición Literaria y un curso graduado sobre Literatura Antillana.
 Actualmente dirige la Colección Antología Personal en La Editorial de la Universidad de Puerto Rico y dirige la revista La Torre.
 En 2009 publica con Beatriz Viterbo de Argentina su Antología Personal de crónicas, titulada La nave del olvido. En 2010 publica con La Editorial de la Universidad de Puerto Rico la novela
El espíritu de la luz.

 

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