Hjalmar Flax


Contraocaso

Publicado en 2007 por la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico, 96 págs. Recibió el "Premio de Poesía-2006" otorgado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en su primer certamen "Premios de Literatura 2006".

 

Selección de CONTRAOCASO


CODICILIO

                                            (a Kattia Chico y Javier Ávila)

Este abrigo mío, que ustedes bien conocen,
hecho a la medida de los paños más finos
con esmero en el corte y las terminaciones,
me quedaba tan bien.
Untados se quedaron su calidad y lustre
en sillas y butacas, taburetes y bancos.
Ha sido maltratado por inhóspitos climas
y ha sobrellevado tiempos malos.
En su plural matiz, tranquilamente,
conviven grises, azules cimarrones,
y ciertas manchas como hábitos tenaces.
Asoma impudorosa la trama de los hilos.
Raído está, gastado por el uso
y abuso de los años.
Ocultan sus bolsillos migajas, pelusas,
papeles arrugados, algún pequeño objeto
recogido en la calle y olvidado.
Hoy acomoda demasiado bien
los peculiares ángulos y combas de mi cuerpo.
De forma inalterable ha tomado mi forma;
a nadie más le queda como a mí.
Ya, por supuesto, está muy pasado de moda.
Pero lo sigo usando. Me es cómodo. Además,
otro no tengo. Tampoco me interesa.
Y para lo que falta...
Por eso lo quiero de mortaja,
para esfumarnos juntos en algún crematorio
o, si no hay más remedio, para desvanecernos
en una tumba húmeda muy cerca de la mar.



LA INVITACIÓN

Hubiese ido, pero no me invitaron.
Tampoco lo esperaba.
Es más, me hubiese sorprendido.
Acostumbrado estoy, ¿cómo se dice?
a no pertenecer a esas esferas,
a no moverme en esos círculos.
Claro, que no despreciaría la invitación.
Hasta hubiese alquilado una etiqueta,
ido al barbero, brillado el carro...
No. Es un chacharro. Mejor llegar en taxi.
A esos lugares hay que ir bien puesto.
Tengo entendido que la invitación
incluye acompañante.
¿A quién invitaría yo a ese evento?
¿A Maritere? No, está muy vieja,
mejor una más joven, más bonita.
¿A Luz Idalia? No, viste muy charra,
habla demasiado, puede meter la pata.
¿A Iris? Hace tiempo que no hablamos,
es probable que aún esté molesta.
Uy, no. ¿A quién? Mejor voy solo,
siempre es posible conocer a alguien.
Aunque en esos fiestones es difícil
hallar a una mujer sin un parejo.
¿Ir solo, para qué? Nadie me conoce.
¿Ser cucaracha en baile de gallinas?
Deja eso. No voy. Me quedo en casa
viendo televisión. Siempre dan algo.



PLEGARIA PARA UN DEPREDADOR

No te detengas en el dolor.
Nuestra ruta no es
un sendero en la selva que llega a una autopista
por donde transitamos sonrientes,
sentados en vehículos con aire acondicionado.
Es una pequeña quebrada de sangre
que llega a un río de sangre
que se vacía en un amazonas de sangre,
que sale de la selva a dar a un inmenso mar de sangre.

No te detengas en el dolor, en nuestro abuelo,
el mono macho, chimpancé voraz
que a la hembra arrebata su criatura,
la mata frente a ella y la devora
aún tibia por la vida recién ida.
Tampoco te detengas en la cacería, organizada
por ocho, diez o doce machos de esa especie
(descendiente de nuestra precursora)
para capturar a un mono diferente, arbóreo,
despedazarlo y repartir los trozos sanguinolentos;
ni aun para admirar la maravilla de su plan,
de su organización, de su estrategia.
–Necesitan proteína –dicen los estudiosos–
gracias a eso desarrollaron un cerebro grande;
son inteligentes; con ellos compartimos
el 99 porciento de nuestro ADN.

No te detengas en el dolor. No escuches
los gritos a través de los milenios,
el estruendo de gritos que sumados
arroparían el planeta como huracanes de sangre,
como lluvias torrenciales de sangre,
como jauría de aullidos sanguinarios
azotando las ventanas de un frágil refugio.
No te detengas en la historia, en los horrores
de guerras incontables y secuelas atroces,
en los espantos de las persecuciones y los genocidios,
en los terribles instrumentos destructivos,
cada vez más eficientes,
cada vez más insanos,
cada vez más fáciles de usar,
ni en los rostros de los simios dirigentes,
en sus bocas engañosas y dentudas,
en sus miradas llanas y arrogantes,
en su borrachera de poder.

Es la inevitable, la insaciable sed de sangre
que nos ha definido y nos define
y nos seguirá definiendo por los siglos de los siglos.

No te detengas. Nada te ataje. Ni el sufrimiento.
Repite cada día:

“Yo, depredador carnívoro,
descendiente del mono más inteligente,
con el estómago lleno de sangre
y el cuerpo peludo cubierto de tela,
soy capaz de componer
La Pasión según San Mateo, la Novena Sinfonía,
soy capaz de escribir La Ilíada y la Égloga Primera,
de pintar el Guernica y Las Meninas,
de esculpir el Laoconte y la Pietá,
de cantar como Björling y Tebaldi,
de bailar como Fontaine y Nureyev,
de amar y de llorar,
pero soy incapaz de comprender por qué”.



FRAGMENTO DE UN SUEÑO RECURRENTE

O God, O Venus, O Mercury, patron of thieves,
Lend me a little tobacco-shop
or install me in any profession
Save this damn’d profession of writing,
where one needs one’s brains all the time.

Ezra Pound

. . . más feliz y más simple,
más como los demás, acomodado
en la corriente cotidiana:
la mujer y los hijos y la casa con patio
donde caga algún perro, merodea algún gato,
la crianza, la escuela, el bíblico trabajo,
la playa dominguera, la limpieza del carro,
los deportes, la tele, las reuniones de amigos,
la familia, la iglesia, el partido político,
la cuentita de ahorros, la pensión y los años . . .



SONETO SIMIÓTICO

(a María Eugenia Hidalgo)

Con mirada de simio pensativo
contempla una pastilla de cianuro.
¿Vivir o no vivir? Ése es el duro
dilema indelegable y corrosivo.

Hojitas en la sien de un falso olivo
reemplazaron, ha tiempo, el muy maduro
ramito de laurel. Está seguro
de que respira y anda y no está vivo.

Dedicó su vigilia a revivir
el solitario vicio de escandir,
y ya el sueño, si sueña, es tan oscuro

como una larga noche sin estrellas,
como un libro que nunca deja huellas.
Contempla dos pastillas de cianuro.



SI FUESE YO A CREER

(para Ángela)

Si fuese yo a creer en ángeles
(y sé que tú sí crees)
no perdería el tiempo imaginándomelos,
debatiendo si tienen alas y vuelan
o si visten blancas túnicas y levitan.
Sé que si existen,
obviamente,
serían como tú.



LO QUE SE PIERDE

                                        (a Josefina Guarch)

Recuerdo una tarde en tu habitación,
cuando el dolor te concedió un pequeño espacio
y me dijiste, resignada: “¡Qué desperdicio!
Todo lo que sé morirá conmigo”.
Te referías a lo aprendido en libros,
en la profesión y en la vida.
Eras joven.
Yo, por supuesto, más que tú.
Recuerdo en la sábana rayos de sol
atenuados por la hora, atardecía.
Recuerdo la confusión de sentimientos
que opté por encerrar en la caja del pecho.

Ya he vivido más años de los que tú viviste.
Me hago preguntas y no encuentro respuestas.
Son las mismas preguntas que he venido haciéndome
desde que aprendí a hacerme preguntas.

No hay desperdicio, madre.
Nada aprendemos. Nada sabemos.
Al morir sólo se pierde lo que sentimos.



TANGO

(a Arturo Trías)

          1.
Querido Arturo,
estoy en Buenos Aires,
en el Museo Carlos Gardel
con una pena enorme porque no estás aquí,
ni en ningún sitio, que yo sepa.
Hace tiempo que no sé de ti.
No me has llamado,
de ninguna forma te has comunicado
con tu amigo que te extraña.

Sospecho que no sabes
que la voz de Gardel fue declarada
patrimonio de la humanidad.
La voz que ya, quizá, no escuchas
y yo sigo escuchando.
La misma voz que flota en los espacios
de este museo modesto.
Sólo la voz, la voz sin cuerpo.
Sólo el sonido: timbre y matices.
La voz que descubrimos juntos
cuando éramos niños y nos creíamos hombres.
La voz que fue creciendo con nosotros
y que sonaba cada vez mejor.
La voz de la pasión y la añoranza.

          2.
El tango es una entrada sin salida,
una pasión que nunca se consuma
y siempre te consume,
un sentimiento trágico que ciñe el pensamiento,
un caminito estrecho que el tiempo nunca borra,
un poema de Vallejo,
un deseo de volver al paraíso
traspasadas las puertas del infierno.

Querido hermano,
entraste y te encerraste,
y viviste tu vida como un tango
cantado por Gardel.
Quién sabe qué buscabas.
Quién sabe qué encontraste.
Sólo sé que una tarde ya no estabas,
y persisten el susto y la tristeza.

          3.
Sólo decirte quiero en lo imposible,
Arturo que no estás o donde estés,
que estoy en Buenos Aires,
que estuve en el Museo Carlos Gardel,
que fui a La Chacarita y visité su tumba,
que estoy en un café
tomándome un coñac con tu recuerdo.



“GONE WITH THE WIND”

La obra maestra de David O. Selznick
no me hace pensar en los sureños norteamericanos,
ni en la destrucción de su cultura elegante
montada a lomo de la esclavitud negra.
Ni en la mal llamada Guerra Civil
sustentada de mentiras, como todas las guerras.
Ni en la Revolución Industrial de los Estados Unidos.
Y mucho menos
en la supuesta liberación de sus esclavos.
Todo eso importa en la novela de Margaret Mitchell,
pero no en esta película magnífica.
Vientos de guerra y cambio tumultuoso
no pudieron tocar lo que otro viento
se llevó para siempre:

la belleza de Vivien Leigh,
la bella figura de Clark Gable.

Ese viento manso que mueve las arenas
y acaricia los flecos del manto de la Muerte.




¡MIRA ESO!

Dos ángeles llegaron a Sodoma. Lot, temeroso, los ocultó en su casa. Pero los hombres de la ciudad, jóvenes y viejos, trataron de forzar la puerta para yacer con ellos.
                                    [Génesis 19:1-11]

La belleza humana ya está cuantificada.
Cuestión de proporciones que se miden
con la cinta de un sastre.
Cuestión de simetrías,
de cabello lustroso, de ojos grandes,
de brillos y tersuras en una piel sin manchas,
y otros rasgos que saltan a la vista.
Nada tiene que ver con la razón,
ni con la inteligencia.
Cada cultura tiene sus medidas.

Es rasgo evolutivo y heredado.
Hasta un bebé de meses reconoce
la belleza de un rostro.
(La del cuerpo, no obstante, necesita
el influjo de hormonas para su justo aprecio.)

Así que, defensores de la igualdad humana,
(ese concepto político reciente)
no tiemblen de temor, de celos, ni de envidia
cuando vean que los ojos de su amada o amado
se distraen cuando pasa por la acera,

o cruza por la plaza,
o se monta en la guagua,
o se sienta en la mesa contigua,
o ingresa a la cola en el supermercado,

como un ángel que llega hasta Sodoma,
un ser privilegiado por los dioses.

No pregunten: ¿Qué tiene que no tenga yo?
(La respuesta es tan obvia.)

Acéptenlo. Serénense. No deseen poseerlo.
Admiren la belleza.
Admírenla con todos los sentidos,
con toda la imaginación,
sin pensar que ese esplendor,
esa ilusión de eternidad,
ese atisbo de Dios
no durará.



BELLEZA PIDE SONETO

¡Oh más dura que el mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo,
. . .
                            Garcilaso de la Vega


Dale a la popa, Mulata, / proyecta en la eternidad
ese tumbo de caderas / que es ráfaga de huracán,
. . .
                             Luis Palés Matos

Mamisonga, más dura que el concreto,
más imperiosa llegas que un decreto
a conturbar la calma de mi asueto,
centrifugarme el alma en el magneto

de tu presencia rítmica. Discreto
hoy te evoco y redacto este folleto
para un futuro cerebrito inquieto
que estimule mi artrítico esqueleto.

Ya levanta cabeza este soneto,
¡oh, encarnada visión, sensual düeto!
Para llevarlo a cabo con reespeto,

introducido el último terceto,
con placer, monorrimo, y ya completo,
te lo someto, amor, te lo someto.



EL DESPERTADO

Medio dormido
se levanta con ganas de mear.
Da pasos tambaleantes hacia el baño.
Siente que algo le rueda pierna abajo
y cae (plop) al piso.
Sin los lentes ve algo extraño
y a la vez muy familiar.

¡Zampa la mano en el pijama y palpa!

Efectivamente,
le ha llegado el día del descojonamiento.



SONETO A DOS VOCES

—Quiero brindar en calidad de escombro
por aquellos que fueron mi tormento.
No queda una que no sea esperpento.
Conste, por eso, mi sentido asombro.

Calladamente, por sus nombres, nombro
y evoco a cada una; las reinvento
y revivo en la mente, porque siento
la uña de la muerte sobre el hombro.

—Ese viejo que ves era poeta,
admiradoras tuvo y tuvo amores,
hizo poemas muy conmovedores,

pero hoy apenas se hace la puñeta.
Brinda y no dice su mayor deseo:
salga a chorros la orina y seco el peo.



MAÑANA

Miro las manos
que han escrito estas palabras:
venas brotadas,
uñas cuarteadas,
piel papel cebolla,
articulaciones hinchadas por la artritis.
Me doy cuenta
de que todo es consecuencia de mi viaje,
y además es noticia
de que estoy llegando a su final.

Me siento un poco triste, pero sé
que es vanidad quererlo prolongar,
que es locura querer retroceder,
que he de seguir haciendo lo que hago
hasta que un alma bondadosa
me tome por el codo y me diga al oído:
Cállate. La estás cagando.

Tengo curiosidad por descubrir
cómo progresará mi deterioro,
qué sentirá mi corazón,
qué pensará mi mente,
qué escribiré mañana.

 


ESCRIBIR DE LA MUERTE PENSANDO EN LA VIDA:
EL CONTRAOCASO DE HJALMAR FLAX
COMO CRONICA EN VERSO DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Presentación por Mercedes López-Baralt *
Colegio de Abogados, San Juan
16 de enero del 2008, 7PM

        Puertorriqueño aunque su nombre pretenda desdecirlo, Hjalmar Flax tiene una trayectoria poética contundente, con una oferta de ya nueve libros: 44 poemas (1969), Los pequeños laberintos (1978), Tiempo adverso (1982), Confines peligrosos (1987), Razones de envergadura (1995), Cuestión de oficio (1998), Poemas de la bestia (1999), Abrazos partidos (2003, primer premio de poesía del Instituto de Literatura Puertorriqueña) y el libro que presentamos hoy, Contraocaso (premio de poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña para el año 2007). También ha publicado sus versos en revistas puertorriqueñas, hispanoamericanas, españolas y norteamericanas, y ha participado en antologías tan prestigiosas como la niuyorquina Inventing a Word. An Anthology of Twentieth Century Puerto Rican Poetry. Con sus merecidos premios y la aclamación crítica, este originalísimo e innovador poeta urbano contemporáneo recién ingresa al canon literario puertorriqueño, y la publicación de su obra completa, en prensa en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, mantendrá su vigencia para la posteridad.
        Vale sopesar algunas de las consideraciones de la crítica en torno a la poesía de Hjalmar Flax. El laureado poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega celebra en este poeta “complicadamente sencillo”, su “paciente antiretórica” y la melancolía de su humorismo. Nuestro cronista mayor, el novelista Edgardo Rodríguez Juliá, afirma que “Hjalmar Flax inaugura senderos por bosques ya explorados; ¿qué más se le puede pedir a la buena literatura?”. También dice: “Si el neorromanticismo de Neruda concibió la poesía como mural, este intimismo de Hjalmar Flax concibe la poesía como miniatura que nos revela la infinita extrañeza del mundo”. Para el ensayista Julio Marzán, en sus versos escuchamos “la voz del Macho Camacho ya cansado de tocar su guaracha y luego de varias sesiones de sicoterapia”. En su presentación de Razones de envergadura, nuestro poeta José Luis Vega señala: “En el centro de la escritura irónica de Hjalmar Flax se instala la sospecha, la imposibilidad de creer, sin más, en las fábulas del mundo... Así, sin ilusiones y sin consolaciones mayores, el poeta urde su respuesta ética ante la opacidad de un mundo que no tiene otra esperanza que la que pueda nacer de la propia imperfección... Ante tal desligamiento, Hjalmar hace del lenguaje su patria fundamental. Allí se instala y ampara. En sus versos hallamos el más agudo conceptismo de la poesía puertorriqueña”. Para Pío Serrano las fuentes literarias de Flax van desde Neruda, Nicanor Parra, Cardenal, Roque Dalton, Palés, Quevedo y Dylan Thomas, hasta Auden, Pound, Eliot, Ungaretti y Pessoa. Pero, añade: “en todas partes el poeta fue consigo mismo”. Refiriéndose a Poemas de la bestia, poemario que reconoció como uno de nuestros mejores libros de 1999, la crítica y ensayista Carmen Dolores Hernández afirma que “hay un momento – no llega siempre, no les llega a todos – en que un escritor, un artista, un poeta alcanza una cumbre en su talento... Lúcido, lúdico, Hjalmar Flax ha llegado aquí a una cima que alcanzan tan sólo unos pocos poetas: los que se han entregado de lleno a tan exigente oficio”. Finalmente, la que suscribe, al presentar Abrazos partidos en el Ateneo Puertorriqueño en el 2003, en un ensayo titulado “Libertad bajo palabra: la poesía de Hjalmar Flax”, ha reconocido el problema existencial de la orfandad, forma primaria de la soledad del hombre, que vive a la intemperie en un mundo incomprensible, como eje de su obra. El poeta mismo lo proclama en Confines peligrosos: "Yo nací para huérfano.../...Porque ser huérfano es un estilo, una actitud/vital, existencial: saberse solo,/irremediablemente desligado, es/tener al mundo al frente, atrás, encima,/debajo, alrededor, pero jamás/estar dentro del mundo". En dicha ocasión, también afirmé: “Exitoso atentado contra la solemnidad, la poesía de Hjalmar Flax ha oscilado, desde sus comienzos, entre polarizaciones: la ternura y la ironía, el desafío y la vulnerabilidad, el desamparo y la autosuficiencia, el lirismo y el humor”. Una de estas polarizaciones es la que opone la libertad a la cárcel. El poeta - que en Poemas de la bestia se reconoce como caged beast y en Confines peligrosos nombra su poesía como “oficio carcelario” - resiente los límites cual barrotes de prisión, desde la más amplia – el cosmos – hasta las más inmediatas: la vida familiar, la pareja, los recuerdos, su casa misma, el corazón preso en el tórax por una reja de costillas.
        Pero hay más que decir sobre la singularidad de la poesía de Hjalmar Flax: su amplio registro. En ella conviven el poeta amoroso; el poeta autorreferencial, que piensa en verso su oficio; el poeta que le canta con ironía - tantas veces melancólica, otras, jocosa – al proceso de envejecer; y el místico de la belleza, cuya relación con el Dios que niega es irrenunciablemente estética: en Tiempo adverso advierte, que si fuera a pedirle alguna cosa, "le pediría/que me diga en un verso el universo". Sonetista, versolibrista, autor de haikús, lírico, conversacional, exquisito y procaz, Hjalmar Flax es un poeta múltiple. Multiplicidad que se proyecta en su sorprendente, autoparódico y multifacetado sujeto lírico: huérfano, solitario, melancólico, culto, reflexivo, rebelde, poeta, voyeur, depredador, blasfemo, sensual, misántropo, cínico, gruñón, zafio y a la vez delicadísimo. El poeta, escatimando alardes, resume en un soneto de Abrazos partidos el milagro de su poesía: “Pizca de inspiración, tonel de oficio”.
        Sobre el libro que hoy nos ocupa, Contraocaso, Carmen Dolores Hernández publicó en el Nuevo Día, el 16 de diciembre del 2007, una magnífica reseña titulada “Rabiar contra la noche”, a la que debo aludir antes de proponer mi lectura del libro. Para la distinguida crítica, el título contraocaso “implica lucha; un último intento de vencer la oscuridad que se aproxima. La palabra encierra lo que los versos de Dylan Thomas expresan: Do not go gentle into that good night,/Old age should burn and rave at close of day;/Rage, rage against the dying of the light...”. Según Hernández, los poemas que marcan el alpha y el omega del libro - “Codicilio” y “Mañana” - constituyen un preámbulo de implicaciones legales e índole testamentaria que apunta a la decadencia del viejo abrigo y por proyección ineludible, de la propia persona, y un epílogo tímidamente esperanzado, que ve en la poesía la única tabla de salvación contra el ocaso. “Dos tópicos de larga prosapia – continúa Hernández – presiden sobre el poemario: la noción de tempus fugit y la de lo que pudo haber sido y no fue”.
        Concurro gozosamente con Carmen Dolores Hernández. Pero como cada poema, cada libro, se reinventa con cada lectura, voy a ofrecer una síntesis de la mía, deteniéndome en dos aspectos medulares de la feroz originalidad de Contraocaso. El primero apunta a la nueva máscara que asume el sujeto lírico siempre cambiante de nuestro poeta. La voz lírica predominante en el poemario, luctuosa, se va trocando en fúnebre: espera la muerte como película de estreno que le ofrezca alguna novedad, contempla con ilusión dos pastillas de cianuro, se convierte en francotirador para acechar al prójimo desde su casa convertida en bunker. Y en varios poemas llega a lo macabro, al asumir la máscara del patólogo forense. He dicho patólogo forense, porque estoy hablando de la autopsia tras un homicidio. Me explico. En su bellísimo “Poema en San Valentín”, del libro Poemas de la bestia, y en un homenaje oblicuo a “La búsqueda asesina” de Palés, Hjalmar cuenta cómo mató a su amor:
 

Tu recuerdo me vive a su albedrío.
Hoy levanta ante mí mi propia imagen
feliz cuando contigo:
es un fantasma ilusionado, alegre,
que me sale del cuerpo
y abraza tu recuerdo, y enlazados
bailan en el espacio de la vida,
en ese espacio hueco donde habito
desde que por razones racionales
llevé a cabo los actos rigurosos
de cortar y arrancar
y echar a andar sin voltear el rostro,
para dejar atrás lo inconveniente.

Pero mi corazón, torpe animal,
sin comprender por qué se lo llevaban
como si nada grave aconteciese,
se volteó en su jaula de costillas
para ver a su amor permanecer
de pie, tras un portón,
en una calle ingrata, para siempre.
 

        En Contraocaso, el poema “Bestia necrofílica” le da un giro insospechado a esta desgarradora historia de la pérdida del gran amor. El poeta, queriendo desenterrar el recuerdo descompuesto de la amada, que guarda en formol en el viejo gabinete del Dr. Caligari en que ha convertido su casa, se convierte en patólogo forense. Y, “con la nariz untada de mentol”, examina pormenorizadamente el cadáver amado, como un Petrarca enloquecido.
        Pero también como patólogo forense examina el propio cuerpo que ya anticipa su cadáver, en esta crónica en verso de una muerte anunciada que siente como delito que la vida comete contra él. Los heraldos negros de la muerte envían señales inequívocas: pellejos arrugados, venas brotadas, calvicie incipiente, artritis invasiva, y la alucinación terrible de la descomposición, cuando yendo al baño de noche, se da cuenta de que se le cayó un testículo: “siente que algo le rueda pierna abajo y cae (plop) al piso. [...] Efectivamente,/le ha llegado el día del descojonamiento”. Los versos citados nos advierten que no estamos ante un libro trágico. Hay una nota de humor negro en la pormenorización casi gozosa, clínica, de los achaques que anuncian la vejez en la poesía de Hjalmar, que me recuerda la alegría con la que el famoso antropólogo Sir Edmund Leach hablaba en Cornell sobre el proceso de envejecimiento, whose intriguing symptoms I am thrilled to anticipate, decía. How British, digo yo.
        El segundo aspecto de Contraocaso que me resulta impactante tiene que ver con una de las claves de la escritura de Hjalmar Flax, sugerida aquí por la primera palabra del título del libro: contra. Me refiero a los contrastes que le otorgan una tensión poderosa a su poesía (Octavio Paz lo diría de otra manera: la fusión de los contrarios funda la poesía). Lo primero que hay que advertir es que la obra de Hjalmar Flax – como la de Machado, la de Juan Ramón, la de Vallejo, la de Pepe Hierro, la de Palés, por sólo mencionar un puñado de grandes poetas) - oscila entre la referencialidad y la autorreferencialidad; es decir, sus versos son referenciales, casi autobiográficos, y dan noticia oblicua de nuestra historia colonial. Pero a la vez son autorreferenciales, en tanto expresan la conciencia del oficio. Los temas eternos de la poesía (la temporalidad, el amor, el misterio, la soledad y la muerte) dialogan con la preocupación que según Foucault inaugura la modernidad literaria: la conciencia de la ficcionalidad, con su obsesión de mirar el tapiz por el revés, revelando las estrategias del arte para inventar mundos alternos.
        Contraocaso no es una excepción. En él, nuestro poeta reflexiona sobre los temas ya mencionados, con especial énfasis a las precariedades del envejecer; pero también, sobre su condición de poeta. Los poemas que enmarcan el libro son evidencia rotunda de que la poesía misma es uno de sus dos grandes temas; el otro es el de la temporalidad que todo lo destruye. He aquí el segundo contraste: creación versus destrucción. Aquel abrigo al que alude el poema “Codicilio” puede – y debe – leerse de varias maneras: en primer lugar, de manera referencial, como alusión al famoso jacket de nuestro poeta, quien sin querer queriendo ha creado un estilazo de moda que hace del sport un epítome del flair, con boina y todo. Pero desde la perspectiva de la dicotomía occidental, cristiana, que opone la materia al espíritu, el cuerpo al alma, el abrigo podría ser el cuerpo que, como en la elegía a Alfonso Silva de Vallejo, protege y oculta el alma. Ahora bien, si retomamos las citadas palabras de José Luis Vega: “Hjalmar hace del lenguaje su patria fundamental. Allí se instala y ampara”, podemos hacer otra lectura, esta vez autorreferencial, del abrigo, que entonces resulta el consuelo supremo de la poesía. De ahí la coherencia que este preámbulo guarda en relación al epílogo titulado “Mañana”, en el que la única salvación posible está en la palabra.
        El tercer contraste de Contraocaso reside en el salto intempestivo de la melancolía a la irreverencia. Tras el lirismo (siempre en tono menor, conversacional) que abre el poemario con la referencia a la propia muerte del poeta, a su cuerpo dormido en la matriz arquetípica de “una tumba húmeda muy cerca de la mar” (nótese la intención de otorgarle al mar, con el artículo femenino – la - un abolengo antiguo con sabor a romancero y a Jorge Manrique), aparece, descarado, un poema jocoso en el que el sujeto lírico emerge cual loser misógino que deshoja la margarita de si hubiera asistido o no a una fiesta a la que a fin de cuentas nunca lo invitaron. Se trata de un poema que mueve literalmente a la carcajada; oigamos tan sólo unos versos: “Tengo entendido que la invitación /incluye acompañante./¿A quién invitaría yo a ese evento?/¿A Maritere? No, está muy vieja,/mejor a una más joven, más bonita./¿A Luz Idalia? No, viste muy charra,/habla demasiado, puede meter la pata./¿A Iris? Hace tiempo que no hablamos,/es probable que aun esté molesta./¡Uy, no! ¿A quién? Mejor voy solo”. Pues bien, hemos saltado, sin paracaídas, del desaliento nostálgico ante la fugacidad de la vida de un sujeto solitario, pensativo y culto a la jaquetonería de un macharrán también solo, pero en denial (así imagino que lo diría el personaje) de los motivos que se agazapan tras su soledad.
        El cuarto contraste se puede sintetizar en dos versos del poema “Lo nuevo”: “Helo aquí, un viejo que escribe de la muerte/pero piensa en la vida”. Los poemas luctuosos del libro son muchos (“Codicilio”, “Naufragios”, “Plegaria para un depredador”, “Apuntes para un poema”, “Soneto simiótico“, “El pescador de perlas”, “Lo que se pierde”, “Tango”, “Acción de gracias en la autopista”, “Gone with the Wind”, “Un colega llamado poeta”, “Camino al barco”, “Matinal”), pero se ven interrumpidos por estallidos de vitalidad en guisa de lujuria cachonda. Para muestra dos sonetos de raigambre palesiana: “Mar Caribe”, que evoca a la Tembandumba de la Quimbamba, y lo último en la avenida en el terreno de la zafiería, “Belleza pide soneto”, cuyo arranque es atrevidamente estupendo, en tanto desacraliza quevedescamente a la Galatea garcilasiana: “Mamisonga, más dura que el concreto” (no digo nada del final, más cafre aún, porque espero que el poeta lo lea).
        Este contraste entre la vida y la muerte, el ser y el no ser, desencadena un quinto contraste, que tiene que ver con las consecuencias de la libertad. Hablo del contraste entre la vida vivida y la otra vida posible, aquella a la que se renunció. Dos expresiones en inglés resumen de manera patética la encrucijada de caminos que marca toda vida: la terrible palabra if, y la frase it could have been. El poema “Fragmento de un sueño recurrente” trata con ironía melancólica este dilema, al sopesar la vida convencional, burguesa, que desdeñó el poeta, para abrazar la soledad libertaria de su oficio: “la mujer y los hijos y la casa con patio/donde caga algún perro, merodea algún gato,/la crianza, la escuela, el bíblico trabajo,/la playa dominguera, la limpieza del carro,/los deportes, la tele, las reuniones de amigos,/la familia, la iglesia, el partido político,/la cuentita de ahorros, la pensión y los años...”
        Ponderemos un último contraste, esta vez entre la violencia y la reverencia, que cuaja admirable en el poema más poderoso del libro. Me refiero a la “Plegaria para un depredador”, reflexión tremenda sobre el destino darwiniano del hombre, cuyo cerebro, desarrollado a fuerza de proteínas carniceras, es fruto de crímenes incontables que se remontan a nuestros ancestros los primates y que alcanzan su paroxismo en las guerras que hasta hoy inundan de sangre los caminos transitados por la humanidad. En versos que evocan resonancias de uno de los poemas surrealistas de Miguel Hernández, “Sino sangriento”, Hjalmar Flax nos conmina a aceptar la cruel verdad desnuda de la violencia como motor de la evolución humana: “No te detengas ante el dolor. No escuches/los gritos a través de los milenios,/el estruendo de gritos que sumados/arroparían el planeta como huracanes de sangre,/como jauría de aullidos sanguinarios/azotando las ventanas de un frágil refugio”. El poema se da la mano con otro, titulado “Este animal”, cuyo tono blasfemo deja a Dios muy mal parado: “Este animal que somos,/depredador dotado de tanta inteligencia,/es el mayor fracaso del científico loco/al que llamamos Dios”. Pero la “Plegaria para un depredador”, cuyo título mismo apunta al contraste, cierra con el broche de oro de una sorpresa rotunda, que nos lleva a la reverencia ante lo sagrado. “Yo, depredador carnívoro,/descendiente del mono más inteligente,/con el estómago lleno de sangre/y el cuerpo peludo cubierto de tela,/soy capaz de componer/La Pasión según San Mateo, la Novena Sinfonía,/soy capaz de escribir La Ilíada y la Egloga Primera,/de pintar el Guernica y Las Meninas,/de esculpir el Laoconte y la Pietá,/de cantar como Björling y Tebaldi,/de bailar como Fontaine y Nureyev,/ de amar y de llorar,/pero soy incapaz de comprender por qué”. Queda claro que lo sagrado aquí no tiene que ver con religión alguna, sino – como nos lo ha enseñado Mircea Eliade - con la capacidad humana, innata, de sentir reverencia ante el misterio. Misterio de las maravillas insospechadas que puede producir el depredador sangriento, y que inspiran, más que reverencia, el culto a la belleza, hilo conductor no sólo de Contraocaso, sino de la poesía toda de Hjalmar Flax.
        “Soy incapaz de comprender por qué”. La pregunta ¿por qué? nombra la pulsión que late tras la creación artística, y asoma con patetismo lírico en el último verso del poema, reclamando los motivos insondables de la capacidad del más violento de los primates para engendrar el arte. Pero también pone fin a un poema de humor negro que parodia la “Canción festiva para ser llorada” de Palés, y que el poeta titula “Antillas como astillas”. En estos versos, el archipiélago, fragmentado, desmiente el sueño de la unidad panantillana tan caro a Martí, a Hostos y a Betances. El poema termina en una nota nihilista: “¿Puerto Rico? Desapareció./Por ahí quedan atolondrados/que se preguntan por qué”. Ambos poemas, la “Plegaria para un depredador” y “Antillas como astillas”, tan distintos en tono y retórica (el primero, reflexión filosófica desoladamente lírica, con un aluvión de imágenes poderosamente vanguardistas; el segundo, comentario histórico juguetón, de versos cortos que parecen bailar), coinciden en un escepticismo amargamente antiutópico.
        Si la evolución nos condena a la violencia, si la historia colonial nos acorrala, si el amor desaparece, si la belleza se esfuma, si el cuerpo se deteriora y la muerte acecha, si la vida es un viaje en una autopista que conduce a la barca de Caronte, si el sujeto lírico asume la máscara del patólogo forense, ¿qué queda en un libro en que el extraordinario poeta amoroso que es Hjalmar Flax hace un cameo appearance disfrazado del Quevedo procaz? Queda, paradójicamente, y más allá de sus protestas por la sinrazón del vivir, la esperanza. En primer lugar, el consuelo de la belleza con mayúsculas, de la poesía, creada a partir de jirones de sufrimiento, temores, fracasos, dichas fugaces y recuerdos. El poeta lo afirma al final de su poema “Naufragios”: “Ahora, ¿qué te queda? Mientras las aguas suben/ morir de cara al viento escudriñando el mar”. Queda su gratitud a la vida y sus placeres de paseante de las grandes capitales (Madrid, Buenos Aires y México), y de su ventana sanjuanera al mar. Queda el humor para alejar los pensamientos lóbregos: “Mañana espantaré las musarañas /y llevaré lloroso mis quimeras/al refugio en Cupey donde, sin duda,/harán vida de perro”. Queda el amor solidario que trasciende el erotismo, insinuado en una pincelada de un sentimentalismo poco común al poeta: “el amor es la clave para entenderlo todo”. Y queda la esperanza de futuro. Porque la escritura es enemiga del nihilismo, y publicar es un acto de fe. Que se afirma rotunda en los últimos versos del poemario. El poeta, sobreviviente, se mira las manos envejecidas que han escrito sus versos, y, sin abandonar su habitual autoparodia, cierra el poemario apostando a la palabra: “Tengo curiosidad por descubrir/ [...] qué escribiré mañana”.

Mercedes López-Baralt


*     Doctorada por Cornell, Mercedes López-Baralt tiene a su haber libros sobre diversos temas de literatura colonial: El mito taíno (1977, 1985, 1999), El retorno del Inca rey: mito y profecía en el mundo andino, (1987), Icono y conquista: Guaman Poma de Ayala (1988), Guaman Poma, autor y artista (1993), y una edición anotada de los Comentarios reales y La Florida del Inca Garcilaso (2003); sobre José María Arguedas (Las cartas de Arguedas, que editó junto a John Murra en 1996) y sobre literatura puertorriqueña: La poesía de Luis Palés Matos: edición crítica (1995), El barco en la botella: la poesía de Luis Palés Matos (1997), Sobre ínsulas extrañas: el clásico de Pedreira anotado por Tomás Blanco (2001) y Literatura puertorriqueña del siglo veinte: Antología (2004), entre otros. Sobre Benito Pérez Galdós publicó en 1992 La gestación de Fortunata y Jacinta: Galdós y la novela como re-escritura. Sus libros más recientes son Para decir al Otro: literatura y antropología en nuestra América (2005), Llévame alguna vez por entre flores (2006), que rinde homenaje a la belleza en la poesía, la canción popular y el cine, y Orfeo mulato: Palés ante el umbral de lo sagrado (2009). Ha sido profesora visitante en las universidades de Cornell (Nueva York), Emory (Atlanta), Simón Bolívar (Quito), así como de la Casa de América de Madrid. Es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua y correspondiente de la de Madrid y ha sido jurado de los premios Juan Rulfo de México y José Donoso de Chile. Recibió la Medalla del Instituto de Cultura Puertorriqueña y un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Puerto Rico, donde se desempeña como catedrática y donde dirigió el Seminario Federico de Onís. Fue nombrada Humanista del Año en el 2001 por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Es miembro del Comité Científico de la revista América sin Nombre, de la Universidad de Alicante, y del Comité Editorial del Centro de Estudios Hispánicos de Amiens. Es autora de varios ensayos sobre Miguel Hernández, entre ellos uno que forma parte del catálogo de la Exposición del Centenario del poeta en la Biblioteca Nacional de Madrid (2010). Es miembro del Comité Editorial de la revista Mitología Hoy de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro del Comité Editorial de la revista Mitología Hoy de la Universidad Autónoma de Barcelona. Terminó un libro titulado El Inca Garcilaso, traductor de culturas.


Rabiar contra la noche
(La palabra como última línea de defensa contra la noche.)

por Carmen Dolores Hernández *


        Los poemas de Hjalmar Flax pueden ser cortantes como el acero o, mejor, como el diamante. Suele forjar su verso -cosmopolita, culto, contemporáneo- como el orfebre forja una joya en términos de balance, acento, efecto. Como las joyas, también, su poesía tiene facetas que se descubren a la luz de las relecturas. Son superficies fulgurantes, alusiones inesperadas y el destello ocasional de la emoción.
        ‘Contraocaso’ no es una excepción, pero sí provee una variante en su poesía. Al lado de la trabazón interna de humor cínico y de lirismo irreprimible que aflora entre los intersticios de la mordacidad, se introduce una nota melancólica que no estaba presente con igual fuerza anteriormente. El título mismo, “contra-ocaso”, implica lucha; un último intento de vencer la oscuridad que se aproxima. La palabra encierra lo que los versos de Dylan Thomas expresan: “Do not go gentle into that good night, / Old age should burn and rave at close of day; /Rage, rage against the dying of the light...”.
        La palabra poética de Hjalmar Flax es su arma de combate, la última defensa contra el silencio de la decadencia y la muerte. El poemario está enmarcado por dos poemas significativos, ‘Codicilio’ y ‘Mañana’, que obran a manera de preámbulo y epílogo. El primero -con sus implicaciones legales de índole testamentaria- establece un rejuego entre el abrigo, una pieza de ropa habitual, y su propia persona: “De forma inalterable ha tomado mi forma”. La obsolescencia del uno implica la del otro. Y el concepto remite, también, a la noción de “hábito” que reviste y conforma, como lo hacía el amor en los sonetos de Garcilaso (“Amor, amor, un hábito vestí, / el cual de vuestro paño fue cortado...”). En ‘Mañana’, por otra parte, se reafirma el poeta en la continuidad de su oficio como única tabla de salvación ante la imposibilidad de alterar el curso del tiempo: “que es vanidad quererlo prolongar; / que es locura querer retroceder; / que he de seguir haciendo lo que hago / hasta que un alma bondadosa / me tome por el codo y me diga al oído: / Cállate. La estás cagando”.
        Las secciones del poemario -‘Interrogantes’, ‘Intuiciones’, ‘Ciudades’, ‘Consideraciones’, ‘Divertimientos’- sientan, desde esos títulos, las actitudes que dominan, incluyendo la asociación de recuerdos con lugares en el caso de “Ciudades”.
        Dos tópicos poéticos de larga prosapia presiden sobre el poemario: la noción de “tempus fugit” y la de “lo que pudo haber sido y no fue”, esto último una novedad absoluta en la poesía de Hjalmar Flax.
        El poeta no intenta -no puede, reconoce- detener el tiempo, pero sí lo documenta en su paso por sí mismo, por las personas que ha querido y por la diferencia entre las personas que se van y las cosas que, irónicamente, se quedan: “Media de vino basta para verme / sentado en esta sala, acompañado / por todas estas cosas / que han de sobrevivirme silenciosas”. Ni Dios, ni la historia, ni el arte (como expresa en ‘Piano, piano’), ni siquiera una pretendida solidaridad humana (“Cuando joven decía / con orgullo de existencialista / ‘Sólo nos tenemos los unos a los otros’. / Todavía lo creo, pero ya no lo digo. / La vida me ha demostrado / que esa es nuestra desgracia, / no nuestra salvación”) pueden mitigar la violencia de la carrera hacia el vacío que, por otra parte, puede ser apresurada a voluntad. De eso trata el ‘Soneto Simiótico’, en que las más trascendentales reflexiones se combinan con alusiones al mono del que descendemos: “Con mirada de simio pensativo / contempla una pastilla de cianuro. / ¡Vivir o no vivir! / Ése es el duro / dilema indelegable y corrosivo”.
        Sólo perduran el recuerdo del amor, especialmente el filial, y el de la amistad. De ello trata el poema ‘Tango’ de la sección ‘Ciudades’: “Sólo decirte quiero en lo imposible, / Arturo que no estás o donde estés / que estoy en Buenos Aires, / que estuve en el Museo Carlos Gardel, / que fui a La Chacarita y visité su tumba, / que estoy en un café / tomándome un coñac con tu recuerdo”.
        Aparece aquí la conciencia no exenta, tampoco, de ironía de posibilidades vitales inexploradas. Hay algo del “... pesar de no ser lo que yo hubiera sido...”, de Darío en ‘Fragmento de un sueño recurrente’ en que el poeta imagina para sí una vida “más feliz y más simple / más como los demás, acomodado / a la corriente cotidiana...”. La singularidad de su vocación antisocial se reitera en ‘Sospechas’: “Sospecho que no en broma / dicen sicólogos, sociólogos, / antropólogos y demás expertos / que somos animales sociales. / Pero el oficio de poeta obliga / a desconfiar del adjetivo”. El poema ‘Un colega llamado poeta’ de la sección ‘Consideraciones’, sin embargo, parece negar la validez del “sueño recurrente” al presentar a quien, habiéndose dedicado a otra cosa, cae en cuenta de que “... nunca escribirá / ni un poema, ni un verso, que perdure”. Dice allí el poeta: “Siempre es caro el sitio que nos toca, / y aún más caro el que no nos toca”.
        El soneto -bella y cuidadosamente construido- es una constante en los libros anteriores de Hjalmar Flax. Aquí hay algunos, entre los que sobresale ‘Mar Caribe’, que presenta, en sus cuartetos, una visión sublime, filosófica, del mundo, con claras alusiones a la poesía mística de San Juan de la Cruz. En una pirueta agilísima, de lo ‘místico’ se pasa a lo terrestre; de lo atemporal al aquí y ahora, de lo filosófico a lo sensorial y al movimiento de la vida:


        “MAR CARIBE

Sobre la playa estoy, con la mirada
rozando el horizonte, ala serena.
Mar y cielo. No hay monte, nube, pena,
que interrumpa la línea equilibrada.

En tal estado el alma, despertada,
de Dios y el infinito siento plena.
Siento abolida la mortal condena,
y la ilusión del todo, mera nada.

Entonces pasa, ¡gloria del Caribe!
Morena por el sol, tan imperiosa
que ahogando el corazón, lo desinhibe,

y acompasa, cachondo, el mar las olas
al vaivén de las nalgas, y amorosa
se duerme el alma entre las caracolas.”


        Pero si aquí lo sublime se encuentra, de pronto, con Tembandumba, los ecos de Palés resuenan también en ‘Antillas como astillas’, una canción analítica para ser festejada. Pertenece ese poema a la sección titulada ‘Divertimientos’ en donde la poesía de Flax vuelve a dar los zarpazos feroces a los que nos tiene acostumbrados.
        El poeta está en su plenitud. Esta poesía es brillante, como las superficies pulidas. También es sugerente, como los destellos fugaces. Y en sus profundidades yace una promesa que no defrauda.

Carmen Dolores Hernández
Domingo, 16 de diciembre de 2007
Periódico EL NUEVO DIA, San Juan, P.R.
 

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Nacida en San Juan, Carmen Dolores Hernández estudió su bachillerato en el Colegio Universitario del Sagrado Corazón de esa ciudad; tiene una maestría en literatura de New York University, un diploma de francés de la Univesidad de Ginebra y un doctorado en Filosofía y Letras con especialidad en Literatura Española de la Universidad de Puerto Rico. Después de enseñar brevemente en la Universidad de Puerto Rico, se dedicó a la crítica literaria en el peridico El Nuevo Día. Además de escribir artículos culturales y reseñas de libros con frecuencia semanal desde el 1981, estuvo a cargo de las revistas culturales de ese periódico, “Foro” y “Letras” (2002 - 2005).Colabora habitualmente en revistas puertorriqueñas y del extranjero (Estados Unidos, México y Alemania) y ha publicado los siguientes libros: Manuel Altolaguirre, vida y literatura (Editorial de la UPR, 1974); De aquí y de allá. Libros de Puerto Rico y del extranjero (Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1986), Puerto Rican Voices in English. Interviews with Writers (Praeger Publishers, 1997), Ricardo Alegría. Una vida (Plaza Mayor, 2002) y A viva voz (Grupo Editorial Norma, 2008). Ha editado un libro de ensayos sobre literatura puertorriqueña, Literatura puertorriqueña. Visiones alternas (Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2005) y un volumen que reúne los cuentos ganadores del Certamen de Cuento de El Nuevo Día, que inició en 1997, Convocados (2009). Un artículo suyo sobre la escritura de la diáspora puertorriqueña se incluyó en la obra colectiva Literary Cultures of Latin America,  A Comparative History (Oxford University Press, 2004). Es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española.