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Publicado en 1987 por Editorial Playor, Madrid, 76 págs., en la Colección Nueva Poesía dirigida por Pío E. Serrano. |
Selección de CONFINES PELIGROSOS
Cuán pronto se apresura, habilidosa,
la araña hacia la tierna mariposa
que aletea en la red del pensamiento.
Ya captura, ya pica, ya amortaja
su vivo sentimiento
para futuro espiritual sustento.
Y ese brillo que adorna, adamantino,
la red vulgar no es lágrima. Es rocío.
Las arañas no lloran, amor mío.
El padre rastrea el suelo,
recoge una pluma de gaviota.
Detrás camina Ícaro
mirando nubes.- ¡Holgazán! ¡Insensato! -increpa Dédalo-
¿No te importa salir del laberinto?-
Ícaro baja la mirada.
(¿Qué tengo yo que ver con todo esto?
Mi padre construyó este laberinto.
Nos ha perdido en él.
Aquí envejeceremos, moriremos,
si no antes nos devora el minotauro.)
Y su mirada vuelve a remontar las tapias imposibles.No extraña, pues, su caída,
cuando, con toscas alas que hizo el padre,
Ícaro sobrevuela los muros,
descubre el horizonte, ve
el otro laberinto
de donde no hay salida imaginable.
Mayormente mentía
o eran visiones de cómo quería ser.
Posiblemente amaba.
Hoy, sin embargo,
(salvando la tristeza)
desconoce el amor,
demanda poco,
hace mociones de sus emociones
y cuenta
solamente
con dinero.
Mi expresión es la que ven.
Otra no tengo.
Fundamentalmente no ha cambiado
desde que Mami me sentó en el suelo
hace casi cuarenta cumpleaños.
Estaban Sisa y Bú (mis tías),
Luisa (criada taciturna),
Aba (mi abuela),
Yiya (la mujer de Arístides,
el que arreglaba bicicletas),
Encarnita (la amiga tetona),
quizás otras.
Algo me dice que Papá no estaba,
ni tampoco mi Abuelo, que era yo
el único varón de aquella sala.Detrás de mi expresión desnudo estoy
gateando entre mujeres todavía.
Un hombre "no tan viejo" está consciente
de arrugas insidiosas, de pellejos,
de cabello reseco y algo escaso
(siente el rayo de sol, la gota de agua)
de múltiples dolamas (todas leves):
encías desgastadas, visión pobre,
la rodilla derecha y las lumbares
receptivas al frío y la llovizna,
la presión arterial algo elevada,
la digestión más lenta y la pequeña
hemorriode que apenas le molesta.
En resumidas cuentas, nada serio
porque va a ser un año y cuatro meses
que está perfectamente de la próstata.
Recatado, elegante, no se jacta
de su buena figura, de su porte,
de su éxito amatorio (las mujeres
lo descubrieron tarde). Todavía
tranquilo observa, casi sin envidia,
la belleza, el vigor, el entusiasmo
de algunos agraciados veinteañeros.
No menciona el consuelo de sus títulos,
ni sus logros sociales y económicos,
ni que añora los hijos que no tuvo.
Conversa bien, alude a su experiencia,
a lo aprendido, no tan sólo en libros,
(ha leído bastante) sino a aquello
que le enseñó "la escuela de la vida",
"los golpes" y "la calle". Así nos dice
con cinismo templado y se sonríe.
Considera que el precio de vivir
bien vale hacerse viejo y, en secreto,
pretende que ha de ser un viejo sabio
rodeado de amigos y de amigas
y de mujeres bellas que lo adoren.
Con las cejas alzadas, la voz grave,
repite: "Sólo sé que no sé nada."
Pero en el fondo cree que sabe algo.
Por eso permanece tan sereno,
y su mirada busca el infinito
al otro lado de la calle: un rótulo
que diga "No Estacione", un árbol seco,
una alero sombrío, cosas tristes
donde apoyar su noble sentimiento.
Ese hombre no comprende al viejo Sócrates,
bebedor de cicuta, prisionero
de sus propios confines peligrosos.
Sentado entre nosotros tal parece
que viaja en tren, vagón primera clase,
asiento de ventana, con destino
a un sitio encantador, quizá a Estocolmo.
¿Conoces a ese hombre?, condenado
(más temprano que tarde) a darse cuenta
(porque en verdad la vida es como un tren:
empieza lenta pero pasa rápida),
a caer de repente en cuenta exacta
de que está viejo y nada sustituye
la juventud perdida para siempre.
Ya sabemos, por Goethe, que ha de dar
riquezas, logros, títulos, honores,
sabiduría toda, y hasta el alma
por tener otra vez veintiocho años
y en esa fuente llena de ignorancia
embriagarse de amor y de esperanza.
Si lo conoces, dime (quiero el dato
para acabar su breve biografía),
¿qué hará?, si Mefistófeles, ingrato,
no aparece ni en sueños a decirle:
"Amigo infausto, te propongo un trato."
a Marimar BenítezDeclaran los amigos:
salto de pez parece, vuelo de ave,
agonía de sierpe condenada.
Desde la intimidad inaccesible
cada cual lo comprende a su manera.Para mí, que lo hallé
a la orilla del mar y la conciencia,
sólo es un canto de madera
colgado en la pared y transmutado
en canto a la madera que acompaña
la silenciosa geometría del piano.
Mi ciego me conduce por el mundo
con voluntad de acero y mano lenta.
No le importa que llueva ni que escampe,
ni que pasen los días, ni que brillen
la luna y las estrellas, ni que toquen
a mi puerta ilusiones cotidianas.Cayado de mi ciego el lápiz tienta
la blancura invisible de la página
y emborrona un trayecto titubeante.
Va citando paredes sordomudas,
escaleras babélicas, pasillos semioscuros,
que conducen al lecho donde duerme
mi ciego el mismo sueño: garabato,
mancha que a sí se oculta siempre igual.La noche vuelca sobre mí la noche
cuando cierro los párpados
sobre ojos que no ven, que nunca vieron
y que jamás verán lo que mi ciego
intuye y equivoca.
Luego de muchos malos días y noches,
ausente o excesivo el sorbo clórico,
cerrado el sol detrás de la ventana
que olvidaban abrir, interrumpido
su descanso por luz incandescente,
humo de tabaco,
estrépitos de músicas extrañas,
existir fatalmente
entre libros, pared y tocadiscos,
desechar tantas hojas, alargar tantos tallos
hacia monte anhelado y río invisible,
hizo una flor, sólo una flor,
perfecta.
Grita una voz en mis entrañas.
Me pide auxilio.
No es la primera vez, pero cuán claro
la oigo esta mañana.Pide a sollozos
aquella libertad menospreciada:
conversar con el prójimo
los más intrascendentes comentarios,
reamar con doméstico propósito
el cotidiano abrazo
y en el magro camino de los días
cansarse y criar callos.Me detengo a escucharla, sorprendido.
Miro por el balcón y me distraigo:
un barco se desplaza lentamente,
planean sobe el agua lentos pájaros
y no recuerdo cómo fue el delito
que trajo tal encierro solitario.Pero la pena es dura y como es pena
aprieto bien los dientes y los labios
hasta que cesa de gritar. Prosigo,
con ciego y sordo oficio carcelario,
tragando en soledad café con leche,
marcando en soledad papel en blanco.
Sobre la falda de él,
bajo el abrigo,
la mano de ella.
Lo toca, lo provoca.
El se pasa una mano por el pelo
canoso, le da un beso, le acaricia
la mejilla arrugada, maquillada.
Ella observa furtiva.
La mano sigue su faena ciega.
Los vecinos murmuran, se levantan.
(Sólo yo permanezco. Disimulo.)
Se acerca el camarero,
-váyanse -les dice-
y no regresen más a este lugar.-
Se van. (Yo permanezco,
escribo: Bar Savol.
Sobre la falda de él,
la mano de ella.)
¡Cuánto tiempo detrás del imperfecto
telescopio, atisbando, el bardo espera
para captar la forma pasajera
de la bella desnuda! Si defectodel instrumento empaña, si hay efecto
de mala o poca luz, si la barrera
de una persiana estorba, lo supera
con la imaginación de su dialecto.Fisga el vate los altos ventanales
de otros mundos distantes, edificios,
para darte visiones, beneficiosallende tu moral y tu miopía.
Venus nace en Santurce y la poesía,
a veces, de los vicios más banales.
1.
Si aún es todavía,
hoy me pregunto sin exclamaciones,
(el corazón apenas ni se entera)
¿cómo es posible que el amor se muera
sin dar razones?2.
¡Cuánto recuerdo!
Te puedo recontar toda la historia
sin que mi corazón se desespere.
Pero, ¿cómo es posible, si el amor se muere,
que viva en la memoria?
Porque te quiero ahora
me remuevo el reloj que te hace daño.
Porque la vida es todo y es efímera,
y más aún las flores de la piel,
la ausencia de dolor, el buen aliento.
Porque mañana en una sala oscura,
reconciliando arrugas y omisiones,
acaso algún recuerdo penetrante
te guíe, temblorosa, hasta este libro
en busca del poema preferido
y no lo encuentres, porque no era mío,
sino de Yeats y de Ronsard.
Dejé de fumar. Confundo
su recuerdo con la nicotina
que me hace falta y me envenena.
Sé que tarde o temprano
el cigarrillo habrá de repugnarme.
Tanto no quisiera para ella.
Bastaría pasar por su presencia,
requedarme en su ámbito,
sin que su olor me tiente o desagrade.
Con cuidado pasé la aspiradora.
Fregué el piso.
Lavé ropa.
Cambié sábanas.
Limpié la estufa.
Restregué la bañera, el inodoro.
Saqué a la calle bolsas de basura.
Reacomodé los muebles.
Guardé libros y discos.
Pasé paño.
Falta lo más difícil: las ventanas.
Me equivoco.
Lo más difícil es ciertos rincones
del sentimiento.
Yo nací para huérfano, a pesar
de que a mi madre quise y, madre al fin,
ella me quiso a su manera por
treinta y un años, pero yo nací
recalcitrantemente huérfano
de padre también, no empece que aún
viva y nos parezcamos. Porque ser
huérfano es un estilo, una actitud
vital, existencial: saberse solo,
irremediablemente desligado, es
tener el mundo al frente, atrás, encima,
debajo, alrededor, pero jamás
estar dentro del mundo. Así, morir
debe ser como el hombre que quedó
flotando en el vacío: momia envuelta
en su hermético traje del espacio.Y ahora tú, inexplicable coincidencia,
milenarias razones y desnuda,
me abrazas, me acaricias, me presentas
tus magníficos senos, porque sabes
que siempre he sido huérfano y, mujer
al fin, tu instinto te conduce siempre
a apiadarte de un huérfano, aunque extraño
por cuarentón, barbudo y educado.Tomo tu pezón entre mis labios,
mamo de tu amor, que no tu leche,
porque, después de todo, es simulacro.
Cuando por causa que no discuto
el viril miembro se hace membrillo,
póngase frente al montón hirsuto,
meta la cara sin repelillo.
Use la lengua
no la detenga
o que se vaya
o que se venga.
Cuando era niño
quería ser grande,
tener automóvil y hacer
lo que me diera la gana.Ya soy grande,
tengo automóvil
y no puedo hacer lo que me da la gana.
No sólo porque no puedo,
sino porque a menudo
no me dan ganas.
Después llega el futuro.
El polvo horizontal sobre las cosas.
La memoria rendida. La locura
sentada en el sofá
a sólo un paso.Entonces no hay camino razonable.
Sólo queda la estrecha fantasía
del segundo después.
Hastiado ya de argucias,
cansado de pulir, como los ríos,
las piedras del camino de mi vida,
quiero ser agua clara que riela,
no agua hosca que escarba,
y superficialmente bajo el cielo
deslizarme hacia el mar, agua que pasa
sobre la cuenca sin rozar el fondo,
bajo los puentes sin tocar la arcada,
por el recodo sin hollar la tierra,
retirada del junco y de la vaca,
sin floridos jacintos que me cubran
ni peces que me naden. Quiero nada.
Pasar. Fluir hasta la mar sencida
y allí agotar la gota de mi vida
pequeña y desdichada.